Wednesday, June 06, 2007

The Immigration Debate...


En crítica constructiva

La semana pasada apareció reproducido en este diario un artículo editorial originalmente publicado en el New York Times bajo el título "Lo que México quiere".
Sabiendo que no existe una base empírica que se hubiera preocupado por averiguar qué es lo que México, como país de 108 millones 700 mil 891 habitantes, quiere, en relación con la política migratoria de Estados Unidos.
La política de inmigración del país vecino ha sido tradicionalmente unilateral, con exclusión de lo que México, como país o como gobierno, quiere. No obstante su efecto directo sobre más de 6 millones de ciudadanos mexicanos que se fueron a buscar trabajo y se encuentran en Estados Unidos, además de los varios millones de sus familiares que dejaron en nuestro país, cuestión explicable por la asimetría de poder que caracteriza a las relaciones entre los dos países.

Me extrañó además la tesis principal de ese artículo en el que se afirma que hay una coincidencia entre los intereses de Estados Unidos y los de México en materia migratoria .
Tal tesis sólo podría oírse en un muy pequeño grupo de entre las elites de la Ciudad de México, sin contacto alguno con los millones de migrantes que son formalmente parte de la nación mexicana en nombre de la cual se escribe en ese artículo. Lo que ahí se omite es el crecimiento de una xenofobia que ha conducido al crecimiento y a la impunidad de numerosas violaciones a los derechos humanos a cuyo respeto y protección se comprometió formalmente Estados Unidos al ratificar acuerdos internacionales como la Convención de la ONU sobre los derechos civiles y políticos, tal como quedó evidenciado nuevamente con el asesinato con balas expansivas por la espalda del migrante mexicano Ramiro Gómez Acosta que fuera ultimado por un agente de la Patrulla Fronteriza el pasado 26 de marzo, a pesar del acuerdo bilateral suscrito en junio del 2001, mediante el cual ese gobierno se comprometió a usar armas no letales "para reducir los riesgos y evitar las muertes de migrantes". Afirmar que los intereses de Estados Unidos en materia migratoria son coincidentes con los de México es como para perder toda credibilidad para escribir sobre el tema, además arrogándose una representación nacional totalmente espuria.

Jorge A. Bustamante, Reforma, 05/06/07

Tuesday, June 05, 2007

Tuesday, November 14, 2006

Acertado 'governator'

Arnold Schwarzenegger, gobernador de California, sugirió a la administración federal mexicana cambiar de estrategia para destrabar el acuerdo migratorio. "Insistir con Bush no llevará a nada. El presidente no irá más allá de lo que el público y sus asesores estén dispuestos a aceptar".
El reelecto gobernador describe una realidad que ignoran o soslayan los administradores y burócratas superiores mexicanos: los asesores de Bush moran dentro del anillo de circunvalación del DC: the beltway. Dedican su tiempo a sostenerse en sus posiciones cercanas al Chief Executive. No se enteran de lo que ocurre en Afganistán, Irán, los países del Medio Oriente -excepto Israel- o los países del continente africano, excepto Sudáfrica. Y son infinitamente ignorantes de lo que ocurre a lo largo de los 3 mil 234 kilómetros de confín que separan, padecen y comparten California con Baja California; Arizona con Sonora; Nuevo México con Sonora y Chihuahua; Texas con Coahuila y Tamaulipas. Ellos oyeron hablar alguna vez de "Baja", "Senora", "Tamalpais". Pero no recuerdan cuándo ni dónde.
Los conflictos que la convivencia fronteriza origina los resuelven día con día las aglomeraciones de población asentadas frente a frente, a pesar de las decisiones que provienen del Distrito de Columbia y del Disrito Federal.
Hasta hace cinco años los servicios de migración se encargaban de facilitar o evitar el paso de personas de un territorio nacional a otro, mediante el visto bueno personal, waver, que estampaban en el pasaporte o en las formas migratorias los obesos pero bonachones oficiales del Immigration and Naturalization Service, la entidad federal cuyo personal destacaba Washington en obsequio a las peticiones de los gobernadores de los estados fronterizos.
Después del Nine Eleven 01, el Mago de Oz ya no los escuchó. La política migratoria y su aplicación se inventaron en los recovecos del Pentágono -de donde acaba de salir Rumsfeld debido a su supina ignorancia- y en las cavernas del Departmento de Estado, donde se custodia al histórico gran garrote.
Mientras tanto los mal rasurados y bigotudos vistas aduanales y oficiales de migración mexicanos continúan revisando desde afuera, sólo con la mirada, miles de autos y con sonrisas ávidas de indulgencias les franquean el paso a los sonrosados estadounidenses jóvenes y a los canosos y sanísimos jubilados. Los primeros llegan para disfrutar una noche de borrachera en compañía de un bunch of Tiajuana whores. Los segundos se encerrarán en sus guetos de Rosarito.
La zona fronteriza se transformó en zona de intolerancia. Hoy la migra ve en cada hispano un enemigo político o ideológico, real o virtual de EU, salvo prueba inmediata en contrario. Hay más de 4 mil migrantes muertos o desaparecidos que lo atestiguan.
La solución inmediata, intermedia, habrán de darla Schwarzenegger, Napolitano, Richardson y Perry; y Elorduy, Reyes Baeza y González Parás en consulta con las poblaciones que gobiernan, como lo propusiera el gobernador Bours hace algunos días.
Las soluciones a mediano plazo, y las definitivas, se encuentran en las entrañas de cada país expulsor de mano de obra -México el más destacado de todos-, mediante la creación de empleos, en la producción alimentaria vista como modo de vida para tres cuartas partes de la población económicamente activa en el campo, y en el robustecimiento y ampliación del mercado interno. Ni los burócratas ni los policías que viven en las capitales nacionales han pensado en los remedios pertinentes para aliviar los problemas que asuelan a la proteica zona divisoria.
Editorial publicada en el Universal el 14 de Noviembre del 2006 por Pablo Marentes

Monday, October 30, 2006

The Fence Campaign

President Bush signed a bill to authorize a 700-mile border fence last week, key part of the Republicans’ midterm election strategy. The party of the Iraq war and family values desperately needs you to forget about dead soldiers and randy congressmen, and to think instead about the bad things immigrants will do to us if we don’t wall them out. Hence the fence, and the ad campaigns around it.
Across the country, candidates are trying to stir up a voter frenzy using immigrants for bait. They accuse their opponents of being amnesty-loving fence-haters, and offer themselves as jut-jawed defenders of the homeland because they want the fence. But the fence is the product of a can’t-do, won’t-do approach to a serious national problem. And the ads are built on a foundation of lies:
Lie No. 1: We’re building a 700-mile fence. The bill signed by Mr. Bush includes no money for fence building. Congress has authorized $1.2 billion as a down payment for sealing the border, but that money is also meant for roads, electronic sensors and other security tactics preferred by the Department of Homeland Security, which doesn’t want a 700-mile fence. Indian tribes, members of Congress and local leaders will also have considerable say in where to put the fence, which could cost anywhere from $2 billion to $9 billion, depending on whose estimates you believe.
“It’s one thing to authorize. It’s another thing to actually appropriate the money and do it,” said Senator John Cornyn, a Texas Republican. “I’m not sure that’s the most practical use of that money.”
Lie No. 2: A fence will help. A 700-mile fence, if it works, will only drive immigrants to other parts of the 2,000-mile border. In parts of the trackless Southwest, building the fence will require building new roads. Who uses roads? Immigrants and smugglers. And no fence will do anything about the roughly 40 percent of illegal immigrants who enter legally and overstay their visas.
Lie No. 3: The Senate’s alternative bill was weak, and its supporters favored amnesty. In May, the Senate passed a bill that had a fence. Not only that, it had money for a fence. It also included tough measures for cracking down on illegal hiring. It demanded that illegal immigrants get right with the law by paying fines and taxes, learning English and getting to the back of the citizenship line. It went overboard in some ways, weakening legal protections for immigrants and hindering judicial oversight. But it went far beyond the fence-only approach. Its shortcomings and differences with the House bill might have been worked out in negotiations over the summer. But instead, House Republican leaders held months of hearings to attack the Senate bill. And all we were left with was the fence.
Will the Republican strategy work? We’ll know next week, but we hold out hope that hard-line candidates are misreading the electorate. Voters all over are concerned about immigration, of course, but many polls have repeatedly shown that they warm to reasonable solutions and not to stridency. They can recognize the difference between the marauding army of fence-jumpers they see in commercials and the immigrants who have become their neighbors, co-workers, customers and friends. Citizen anger cuts both ways, and many voters, Latinos in particular, say they are put off by the Republican hysteria.
Poll results in some races suggest that xenophobia and voter deception are not necessarily a ticket to victory. In Arizona, Randy Graf, a Republican, is running for Congress as a single-issue candidate focused on border security, Minuteman-style. He has said that if his strident argument won’t fly in his prickly border state, it might not fly anywhere. He is trailing Gabrielle Giffords, a moderate Democrat who supports the comprehensive approach to immigration reform endorsed by the Senate and — once upon a time — by President Bush.
Whatever happens in November, Congress will eventually have to deal with the 12 million illegal immigrants unaffected by the fence, and the future flow of immigrant workers. That means tackling “amnesty” directly. The sad thing is that Democrats and moderate Republicans — and Mr. Bush — already did this, and settled on an approach that is both tough and smart.
But now is the time for stirring up voters, and the pliant Mr. Bush has decided to go along, adding his signature to the shortsighted politics of fear.
Editorial publicada en el New York Times el 30 de Octubre del 2006

Monday, October 09, 2006

El Muro

No es fácil aceptar un muro en la frontera común porque materializa una distancia que muchos de nosotros tal vez no queríamos ver; una distancia que ni la democracia, ni los miles de millones de dólares que se intercambian, ni siquiera los millones de personas que tienen los dos pasaportes, han podido reducir. No es fácil aceptar un muro fronterizo porque frustra las aspiraciones de muchos sectores que albergaban la esperanza de que Norteamérica fuese algo más que un espacio comercial dominado por eficientes corporaciones exportadoras. No es fácil, finalmente, aceptar un muro porque nos obliga a reconocer que una amplia franja de la sociedad estadounidense nos tiene miedo.
Hemos sido incapaces, como país, de resolver nuestros problemas demográficos, económicos y laborales, y encima tenemos que escuchar a políticos de salón pontificar sobre lo que se pudo hacer y no se hizo; sobre las habilidades de una mítica diplomacia que nunca se atrevió ni siquiera a sugerir tocar el tema migratorio en la relación bilateral.
Por eso no comparto la idea de quienes ven el muro como un fracaso de la política exterior. Muchos errores y quebrantos ha tenido esa política, empezando por plantear la relación con Estados Unidos con base en la simpatía personal entre los dos presidentes, pero me resulta impreciso señalar que el muro sea consecuencia de una impericia gubernamental.
Fox se equivocó en el tono de la relación y en los alcances que tenían los intereses compartidos. Pero, aun así, me parece que bajo su mandato se ha hecho el intento más consistente por defender a los mexicanos que viven en el exterior, empezando por plantear el tema como una prioridad y terminando por cuidar que sus remesas no se quedaran en las rendijas de los intermediarios.
El muro, como violencia simbólica, es un mensaje cuyo destinatario somos todos. No inspiramos confianza al vecindario porque no solamente no somos capaces de generar las condiciones para que la gente no emigre de manera multitudinaria, sino porque somos incapaces de controlar la violencia en nuestro propio territorio. El muro será una suerte de espejo en el que tendremos que vernos. Un espejo que reflejará con amplitud las miserias propias.
La migración como válvula de escape al desempleo va a ser cada vez más complicada y la presión laboral aumentará. Podremos decir que la falta de competitividad de nuestra economía se debe a la ausencia de reformas y el resultado es el mismo. Podremos decir que la falta de competitividad se debe a las mafias sindicales y políticas que tienen secuestrada la agenda y el resultado será igual. Podremos decir que todo es debido a los monopolios y habrá quien culpe de esto hasta a la madre tierra. Pero nos veremos solos en el laberinto, retozando en nuestras miserias.
No inspiramos confianza al vecindario y en vez de advertirlo y pensar en una solución que desde la dignidad nacional intentara articular una respuesta, hemos continuado en nuestra eterna guerra de los particularismos, en nuestra patética chabacanería mostrada sin tapujos en la glosa del informe. No es con victimismos ni mucho menos con bravuconerías como debemos enfrentar esta realidad, sino encontrando la respetabilidad de la que hoy lamentablemente carecemos, precisamente por no poder tener en orden nuestra propia casa.
Ya lo decía Tocqueville: el principal problema de Estados Unidos vendrá del sur, y hoy nos han dejado claro que les inspiramos miedo, por eso se quieren encerrar. Es duro reconocer que, a pesar de todo lo que se ha intentado, somos vecinos y punto.
Editorial publicada en el Universal el 9 de octubre del 2006 por Leonardo Curzio

Thursday, September 28, 2006

Endurecimiento migratorio

Mientras en la ciudad de México el embajador estadounidense y el canciller mexicano intercambian declaraciones en las que el segundo se queja de inconsistencia, como si fuera imposible aceptar dos realidades contradictorias pero ciertas, en Washington avanzan como la humedad las medidas tendientes a endurecer la política migratoria.
Ciertamente, el diferendo declarativo no tiene sentido pues el gobierno estadounidense sólo pone en palabras dos verdades contundentes: por un lado, México ha mejorado su capacidad de captura de droga y narcotraficantes; por el otro, estamos entre los principales productores de precursores químicos, indispensables en el procesamiento de determinadas drogas. En cambio, el endurecimiento migratorio de Estados Unidos, también cierto por desgracia, pasa hoy por una escalada que, de consolidarse, dañará de tal modo la relación bilateral que Felipe Calderón tendrá muy poco que esperar de los dos últimos años del gobierno de Bush.
Es claro que en este momento lo electoral permea toda la vida política estadounidense, dados los comicios de noviembre para renovar la totalidad de la Cámara baja y un tercio del Senado. Pero en su empeño por mantener la mayoría en el Congreso, los diputados republicanos aprobaron la construcción de más de mil kilómetros de muro entre México y Estados Unidos y de mil 800 torres de vigilancia provistas de cámaras, sensores y rastreadores capaces de detectar movimientos en siete kilómetros.
Aunque se alega que esas medidas de endurecimiento migratorio están dirigidas no sólo a proteger la frontera estadounidense con México sino también con Canadá, o que difícilmente podrán llevarse a cabo aun si llegaran a aprobarse en el Senado debido a dificultades presupuestarias, es vergonzoso ver que en nuestra frontera común aparezcan los fantasmas del Muro de Berlín, de campos de concentración o cárceles terriblemente sofisticadas, elementos muy distantes del tipo de relación que se espera entre vecinos, amigos y socios.
En Washington se habla de que existe la posibilidad de que, aun aprobándose la ley, las estrecheces financieras pudieran reducirla a un mero "proyecto piloto" que implicaría la construcción de "sólo" 28 kilómetros de muralla y dos torres de vigilancia. Sin embargo, esto no cambiaría el carácter francamente inamistoso de la medida; no es la cantidad de barreras, sino la calidad de la relación bilateral lo que está en juego.
¿De qué depende lo anterior? Básicamente de cómo voten los senadores republicanos. Si bien en teoría, la mayoría estaría por el endurecimiento migratorio, las cifras no son definitivas. Por un lado, algunos de los que estarían a favor temen que votar así implicará enterrar el acuerdo bipartidista al que se habría llegado hace algunos meses, que planteaba una reforma migratoria integral. Les preocupa también el costo no sólo financiero sino político pues podrían perder electores, sobre todo entre quienes se han manifestado masivamente en pro de una reforma integral. Por el otro, no puede ignorarse el peso de los legisladores más recalcitrantes, más conservadores y más activistas que se encuentran en distritos clave, mismos que intentan preservar, votando a favor del endurecimiento.
Resulta casi paradójico que al lanzar su agenda de política exterior, Fox haya puesto el dedo en la llaga señalando no sólo que Estados Unidos acapararía gran parte del trabajo diplomático sino que éste se centraría en la cuestión migratoria, fundamental para la vida y seguridad de nuestros compatriotas, pero haya dejado de lado el hecho conocido de que la política migratoria estadounidense se decide en el Congreso. Al hablar y acordar acerca de esta materia con su amigo Bush, Fox se equivocaba de interlocutor. Y quienes tenían la obligación de orientarlo simplemente no lo hicieron, por ignorancia o simple irresponsabilidad. Pese a las múltiples reuniones entre parlamentarios de uno y otro lado, el Ejecutivo mexicano estuvo ausente donde tenía que estar presente. En todo caso, el resultado es el mismo: la reforma migratoria es una asignatura pendiente y, dada la práctica estadounidense de que al finalizar una legislatura se da por terminada su agenda, parece que tendremos que empezar de nuevo.
Ojalá en el futuro Ejecutivo y Legislativo actúen coordinadamente a fin de que cuando se reabra el debate migratorio en Estados Unidos, México hable no sólo con una voz sino con quien se debe y como se debe.
Editorial publicada en el Universal el 28 de Septiembre del 2006 por Rosario Green

Monday, September 25, 2006

Herencia Política

El Congreso de Estados Unidos se dispone a autorizar la construcción de un muro a lo largo de un tercio de la frontera con México. Ni los esfuerzos de la opinión pública estadounidense ni el movimiento proinmigrante pudieron contener la decisión.
La mayoría de los diarios estadounidenses han dicho que es una pésima idea gastar 7 mil millones de dólares en una valla fronteriza. La migración se replegará a los parajes (más) desolados donde el muro no esté; las muertes y el sufrimiento aumentarán, etcétera.
Pero los estadounidenses están preocupados por su seguridad y exigen que sus representantes controlen los cruces ilegales a su territorio. Por eso a sus legisladores no les importa insultar la política del buen vecino con México al levantar una barda de 700 millas. Lo que ellos quieren es mantener sus empleos al ganar la elección del próximo 7 de noviembre.
Las marchas que movilizaron a millones de inmigrantes en la primavera generaron un movimiento con una fuerza inédita. Sin embargo, los errores de los dirigentes de dicho movimiento debilitaron su legitimidad e imagen.
El comité que organizó dos megamarchas en Chicago planeó una caminata hasta la oficina del líder de la Cámara de Representantes, Dennis Hastert. Entonces, además de aceptar donaciones de tortas y refrescos, también tomaron un donativo de 30 mil dólares de la cervecera Miller. El desacierto fue reportado en la portada del diario Chicago Tribune.
Otro caso es el de Elvira Arellano, una inmigrante que se refugió en una iglesia para revelarse a ser deportada. Arellano fue líder en las manifestaciones proinmigrantes, pero ahora, encerrada en una iglesia, decidió enviar a su hijo por el país como su embajador.
Saúl Arellano, de siete años, quien padece un desorden de hiperactividad, fue llevado igual a Los Ángeles a encabezar una marcha, que a Miami al Show de Cristina, donde recibió improperios de un miembro de los Minuteman. En ambos casos, la opinión pública reprobó la burda utilización que se hace del menor.
Las elecciones intermedias del próximo 7 de noviembre son la coyuntura aprovechada por los conservadores para mostrar una hipócrita preocupación por la seguridad al autorizar el muro. Pero no hay que soslayar los errores cometidos por los líderes del movimiento proinmigrante.
En su afán de protagonismo, los líderes desviaron la atención de la reforma migratoria con decisiones de corta visión. Pero, ¿por qué habríamos de extrañarnos? Tal vez esa sea sólo una manifestación de la cultura política que cruza la frontera con nosotros desde México.
Editorial publicada en el Universal el 23 de Septiembre del 2006 por Antonio Rosas-Landa Méndez