Monday, October 09, 2006

El Muro

No es fácil aceptar un muro en la frontera común porque materializa una distancia que muchos de nosotros tal vez no queríamos ver; una distancia que ni la democracia, ni los miles de millones de dólares que se intercambian, ni siquiera los millones de personas que tienen los dos pasaportes, han podido reducir. No es fácil aceptar un muro fronterizo porque frustra las aspiraciones de muchos sectores que albergaban la esperanza de que Norteamérica fuese algo más que un espacio comercial dominado por eficientes corporaciones exportadoras. No es fácil, finalmente, aceptar un muro porque nos obliga a reconocer que una amplia franja de la sociedad estadounidense nos tiene miedo.
Hemos sido incapaces, como país, de resolver nuestros problemas demográficos, económicos y laborales, y encima tenemos que escuchar a políticos de salón pontificar sobre lo que se pudo hacer y no se hizo; sobre las habilidades de una mítica diplomacia que nunca se atrevió ni siquiera a sugerir tocar el tema migratorio en la relación bilateral.
Por eso no comparto la idea de quienes ven el muro como un fracaso de la política exterior. Muchos errores y quebrantos ha tenido esa política, empezando por plantear la relación con Estados Unidos con base en la simpatía personal entre los dos presidentes, pero me resulta impreciso señalar que el muro sea consecuencia de una impericia gubernamental.
Fox se equivocó en el tono de la relación y en los alcances que tenían los intereses compartidos. Pero, aun así, me parece que bajo su mandato se ha hecho el intento más consistente por defender a los mexicanos que viven en el exterior, empezando por plantear el tema como una prioridad y terminando por cuidar que sus remesas no se quedaran en las rendijas de los intermediarios.
El muro, como violencia simbólica, es un mensaje cuyo destinatario somos todos. No inspiramos confianza al vecindario porque no solamente no somos capaces de generar las condiciones para que la gente no emigre de manera multitudinaria, sino porque somos incapaces de controlar la violencia en nuestro propio territorio. El muro será una suerte de espejo en el que tendremos que vernos. Un espejo que reflejará con amplitud las miserias propias.
La migración como válvula de escape al desempleo va a ser cada vez más complicada y la presión laboral aumentará. Podremos decir que la falta de competitividad de nuestra economía se debe a la ausencia de reformas y el resultado es el mismo. Podremos decir que la falta de competitividad se debe a las mafias sindicales y políticas que tienen secuestrada la agenda y el resultado será igual. Podremos decir que todo es debido a los monopolios y habrá quien culpe de esto hasta a la madre tierra. Pero nos veremos solos en el laberinto, retozando en nuestras miserias.
No inspiramos confianza al vecindario y en vez de advertirlo y pensar en una solución que desde la dignidad nacional intentara articular una respuesta, hemos continuado en nuestra eterna guerra de los particularismos, en nuestra patética chabacanería mostrada sin tapujos en la glosa del informe. No es con victimismos ni mucho menos con bravuconerías como debemos enfrentar esta realidad, sino encontrando la respetabilidad de la que hoy lamentablemente carecemos, precisamente por no poder tener en orden nuestra propia casa.
Ya lo decía Tocqueville: el principal problema de Estados Unidos vendrá del sur, y hoy nos han dejado claro que les inspiramos miedo, por eso se quieren encerrar. Es duro reconocer que, a pesar de todo lo que se ha intentado, somos vecinos y punto.
Editorial publicada en el Universal el 9 de octubre del 2006 por Leonardo Curzio

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